Columna de Eduardo Muñoz: Las Cascadas y las Carcajadas de Ponce Lerou

Por Eduardo Muñoz Inchausti

12.06.2025 / 13:02

{alt}

Mientras las autoridades hablan de “asociatividad estratégica”, Ponce Lerou sonríe. Sabe que el relato oficial se sostiene sobre promesas vacías. Que el poder real, como siempre, está en los detalles contractuales y en las estructuras societarias diseñadas para resistir la fiscalización, la democracia y la memoria.


Julio Ponce Lerou no se retira. Se despide. Pero no de cualquier manera: se despide “en el momento, lugar y forma que yo así lo he decidido” y “quizás en el mejor momento de las empresas y sociedades que conforman el grupo”. Lo hace con la altivez de quien nunca pidió permiso. Con la certeza de quien siempre tuvo el control. Con una carcajada que resuena en los pasillos del poder político y económico de Chile.

Estas frases, lejos de ser un gesto de humildad o un ejercicio de rendición de cuentas tras décadas de cuestionamientos públicos, revelan la seguridad de un hombre que ha manejado las riendas del Estado desde fuera del Estado. Son la culminación de un proyecto que convirtió al litio chileno en un bien disponible para intereses privados mediante estructuras opacas —las famosas cascadas—, sin que la política pudiera, o quisiera, ponerle freno.

Mientras Ponce Lerou orquesta su retiro con cálculo quirúrgico, desde La Moneda y desde Codelco se emiten declaraciones cargadas de ilusión o desconocimiento. Las palabras del Presidente Boric, del ministro Grau y del presidente del directorio de Codelco, Máximo Pacheco, intentan convencer a la ciudadanía de que el acuerdo con SQM constituye un avance en el control estatal del litio. Que ahora sí, el Estado tendrá el timón. Que el futuro será verde, justo y soberano. Sin embargo, hace pocos días, Pacheco aseguró que Julio Ponce Lerou “no participó de modo alguno” en las negociaciones del acuerdo. Una afirmación así solo permite dos conclusiones, igualmente inquietantes: o bien Pacheco incurre en una ingenuidad que no se condice con su trayectoria ni con el cargo que ejerce, o bien supone que el país entero es el ingenuo. ¿Es imaginable pensar que el mismo hombre que declara retirarse “en el momento, lugar y forma que yo así lo he decidido” no es el mismo qué definió —junto a su familia— ese mismo momento, lugar y forma para estructurar el acuerdo?

Pero los hechos —y las palabras de Ponce Lerou— aclaran cualquier duda. Su retiro no es una derrota. Es un traspaso de poder dentro de su círculo íntimo: su hija Francisca y su hermano Eugenio tomarán la posta. La reestructuración de las cascadas no es un acto de transparencia, sino una modernización interna que preserva el control. Y el acuerdo con Codelco —que permite un directorio con mayoría aparente, pero con quórum supramayoritario que otorga derecho a veto a los representantes de SQM— es una jugada maestra para mantener poder sin cargar con el costo político.

Mientras las autoridades hablan de “asociatividad estratégica”, Ponce Lerou sonríe. Sabe que el relato oficial se sostiene sobre promesas vacías. Que el poder real, como siempre, está en los detalles contractuales y en las estructuras societarias diseñadas para resistir la fiscalización, la democracia y la memoria.

Y es aquí donde el caso se vuelve paradigmático. No se trata solo de litio, ni solo de Ponce Lerou. Se trata de cómo la captura del Estado por actores económicos estructurales se disfraza de política pública. Se trata de cómo, incluso hoy, con un gobierno que prometió una nueva relación entre lo público y lo privado, se termina validando a quienes han construido sus fortunas sobre la opacidad, el conflicto de interés y la impunidad.

Cuando Ponce Lerou dice que se va como él quiso y cuando quiso, no está solo relatando su retiro. Está ejerciendo su poder. Y cuando las autoridades repiten con convicción que el Estado tendrá el control, lo que escuchamos no es convicción, sino desconexión. O peor: complicidad.